No existe una, sino tres Nicaraguas. Desde su fundación como estado independiente en 1821, la historia oficial nacionalista nos ha intentado persuadir que existe una sola Nicaragua, delimitada por sus fronteras terrestres, mares/océanos y población. La verdad es que Nicaragua, en toda su historia política ha sido una idea en formación. Contrario al sentido convencional en que usualmente nos referimos a Nicaragua, como un país de dos (o más) regiones, “Pacífico y Costa Atlántica,” o “Pacifico, Centro, Norte y Occidente;” y de identidades (‘costeño’, del ‘pacífico’, ‘chontaleño,’ ‘norteño’) estas distinciones existen por que son el fruto de una imaginación nacionalista mestiza, producto de una forma particular de interpretar nuestra geografía cultural. Hoy esa misma imaginación reconoce que la Costa no es Atlántica, sino Caribe. Pero esto no cambia una relación histórica entre las regiones, y tampoco el significado de esa relación.

La primera Nicaragua – sin que el orden signifique jerarquía histórica o sociológica – es la Nicaragua mestiza. Esta idea de país, Estado-nación, es una construcción ideológica, pero no por ello menos real. Es la Nicaragua que adoptó el catolicismo como religión no-oficial, configuró el centralismo/presidencialismo como política de gobierno, y nacionalizó el castellano como idioma oficial. Esta Nicaragua anexó a la Reserva de la Mosquitia en 1894 y la convirtió después en el Departamento de Zelaya. Es la Nicaragua del “Estado conquistador,” como bien la define Andrés Pérez-Baltodano. La Nicaragua mestiza se ha convertido en una idea disimulada de nación excluyente y en sentido común. Es decir, reconoce la diversidad cultural en la composición étnica de la sociedad, pero sujeta a un orden mestizo de ver el mundo. Esta Nicaragua se ha fijado límites irrenunciables para establecer una soberanía firme y universalmente reconocible en la ley internacional, como lo muestra la continuidad de la “política de fronteras” de sucesivos gobiernos  Nicaragüenses en los casos de Colombia y Costa Rica llevados ante la Corte Internacional de Justicia.

La segunda Nicaragua es la Nicaragua indígena. No es lo indígena una realidad de la sociedad del Caribe, sino del país entero. Tampoco son solo indígenas los pueblos y comunidades originarias del “Centro, Norte y Pacífico”. El pensamiento nacionalista que enarboló la Nicaragua mestiza también se ocupó de suprimir la vibrante matriz indígena Nicaragüense. Pero esta resistió, estuvo y sigue presente en la memoria social, continuidad biológica, legado cultural y a través de su presencia en nuestra sociedad hoy día. Esta Nicaragua indígena es tanto Caribeña, como Monimbó y Subtiava. Es tan Miskitu y Rama como Chorotega y Nahoa. Las distinciones culturales y las singulares trayectorias históricas entre los pueblos indígenas de Nicaragua son reales y documentadas, pero tienen en común haber enfrentado el avasallamiento y asimilación cultural de la Nicaragua mestiza. Haber resistido la idea de una nación y un mito de la Nicaragua mestiza, como lo observara muy claramente el historiador Jeffrey Gould, es lo que une a la Nicaragua indígena como conciencia social y realidad.

La tercera Nicaragua es la Nicaragua afrodescendiente. Tampoco es la realidad afro una característica cultural de la población del Caribe costeño. afronicaragüense es la composición histórico-cultural y la herencia cultural y biológica de los pueblos de descendencia Africana que constituye a Nicaragua como un país diverso, con una matriz multicultural y un vínculo con la diáspora Africana global. También los ideólogos de la Nicaragua mestiza ha intentado eliminar la herencia afronicaragüense, Creole y Garífuna, definiéndola como foránea, “racializando” a la Costa Caribe como un área restringida a lo distinto, lo exuberante, exótico, y por tanto conquistable. Bajo este mismo principio lo costeño no puede ser mestizo, sino solo Indígena y Afro, y por tanto la población que se define como mestiza-costeña también es objeto de control en ese orden racial. Lo “costeño” en el orden cultural mestizo Nicaragüense es el territorio confinado a lo negro-indígena, nada más.

Las tres Nicaraguas se traslapan, se observan una a otra, día a día, en una relación que suele ser tan traumática como habitual. Es una relación de tensiones, de encuentros inciertos. Interactúan con otras influencias étnico-raciales y diásporas (china, árabe, judía, etc.) que contribuyan a delinear una sociedad de múltiples y dinámicas culturas nacionales. En tanto ideología, el nacionalismo es el antídoto contra lo particular, la contención de lo diverso. En ese sentido el nacionalismo mestizo nicaragüense no tiene nada de original. Intentó elaborar una teoría de la síntesis, como una “fusión natural indo-hispana,” la significación de la idea de mestizaje, como el significado último del “ser Nicaragüense.” Según Jorge Eduardo Arellano, este es el legado de la obra de Pablo Antonio Cuadra, en sus escritos para crear una obra universalista del “Nica,” y sugerir el proceso de mestizaje como la llave para “definir la identidad cultural de Nicaragua.”

Es peregrina la sola idea de que un orden “natural” hizo emerger un “ser nacional.” Lo que sí tiene de original nacionalismo mestizo nicaragüense es la obstinada tarea de intentar articular las tres Nicaraguas y sus expresiones de identidad regionales en una idea homogénea de nación, de una sola cultura y una única identidad “nicaragüenses.” Este proyecto asimilador es un misión fracasada, pero difícil de reconocer por las élites mestizas del país. Esta idea de “valores e identidad Nicaragüense” se fundó sobre una idea de ciudadanía limitada y sobre principios de inequidad. Ese proyecto del nacionalismo nicaragüense llegó a su fin.

La idea de Nicaragua como una nación “multiétnica” y heterogénea, introducida en el texto constitucional en 1987, fue innovadora en su tiempo, pero su significado real no confinó al orden mestizo de su privilegiada jerarquía cultural. Al contrario, le dio una nueva legitimación.

Algunos piensan que esta Nicaragua mestiza, solapadamente multiétnica, debe dar paso a una Nicaragua de ciudadanías incluyentes, a la fundación de un estado plurinacional. Esta idea se incluyó y luego se descartó en la propuesta original de reformas constitucionales aprobadas en Febrero de 2014. Descartar plurinacionalidad fue una idea acertada, pues tampoco es Nicaragua un país de múltiples naciones. Al contrario de los países Andinos, y más concretamente de las regiones Amazónicas, el discurso de “nacionalidades” indígenas o étnicas no es parte del repertorio de demandas políticas que abanderan las organizaciones étnicas Nicaragüenses. Además, sabemos que las Constituciones pueden innovar normas jurídicas, pero sin que esto cambie necesariamente la realidad cultural de una sociedad que funciona bajo parámetros estructurales de la discriminación étnica y racial.

Las tres Nicaraguas se observan a sí mismas en un espejo que refleja una realidad múltiple, difícil de resumir o transformar por decreto o a través de cambios Constitucionales. El sentido de inclusión no nace de actos formales estatales, sino cuando estos cambios se convierten en una realidad cotidiana para las personas que comparten una comunidad política, un espacio compartido en condiciones de igualdad y justicia. Pero aún más importante es que la idea de un solo y excluyente orden mestizo, dominante y hegemónico, sea desafiado desde su centro y desde los márgenes, con las miradas de otras posibles y necesarias Nicaraguas.

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*Miguel González es un académico de origen costeño. Profesor de Estudios del Desarrollo, Departamento de Ciencias Sociales, York University, Ontario Canadá. Este artículo se publicó en septiembre de 2014 en la revista Confidencial. Puede leerlo aquí.

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