Llegar a Estados Unidos desde Managua le tomó unas seis horas en avión. Pero un año después, cuando un extraño virus puso en jaque a la humanidad y decidió volver a Nicaragua junto a su familia, tuvo que iniciar un viaje que duró 32 días por más 5300 kilómetros de carretera y una espera de 11 días varada en la frontera.
La travesía es de la atleta nicaragüense Sayra Laguna, pero su regreso a Nicaragua no es único. Desde que se esparció la covid-19 y casi todos los países del mundo decidieron confinar a sus habitantes y cerrar sus fronteras, cientos de connacionales valoraron regresar con los suyos. Unos porque perdieron sus empleos y otros por miedo a estar lejos de quienes aman entre tanta calamidad.
Solo en julio arribaron al país 1300 nicaragüenses procedentes de Panamá, Guatemala, España y Barbados, algunos volvieron en caravana y otros en vuelos humanitarios, según los reportes del Ministerio de Gobernación y de los medios de comunicación.
Para regresar, los migrantes tuvieron que superar el miedo a contagiarse en el trayecto o de ser asaltados por las pandillas, sobre todo en el Triángulo Norte. Además tuvieron que esperar a la intemperie –aguantando sol, lluvia y rechazo– durante varios días en la frontera, ante la negativa de las autoridades nicaragüenses de dejarlos pasar por no tener una prueba negativa para covid-19, que ordenó cuando ellos ya habían emprendido el retorno.
Los últimos migrantes en llegar arribaron este lunes tres de agosto. Se trató de un grupo de 148 nicaragüenses que después de casi dos semanas de resistir en la frontera de Peñas Blancas, consiguieron los resultados negativos para poder seguir su camino a casa, gracias a una donación de pruebas. El Gobierno de Daniel Ortega nunca indicó como podían hacerse las pruebas, que centralizan en Managua, sin revelar la cantidad de pruebas realizadas ni sus resultados.
Aproximadamente a las cuatro de la tarde del viernes 24 de julio, “Lucía” llegó a la frontera de Peñas Blancas con su esposo y su hijo. Llevaban solo unas pocas maletas porque semanas atrás mandaron todas sus pertenencias a Nicaragua. Inicialmente, planeaban irse cuando les entregaran los resultados de las pruebas de covid-19 que lograron hacerse en San José, pero todo cambió cuando los desalojaron del sitio donde vivían. Así que ese viernes agarraron sus maletas y se fueron pensando que los resultados en digital bastarían para dejarlos pasar, pero al llegar las autoridades de Migración les dijeron que no podían seguir porque necesitaban el resultado en físico. Allí comenzó el calvario.
“En ese momento a mí se me derrumba el mundo. Yo no quería quedarme en la frontera porque tenía miedo de contagiarme porque soy diabética. Tenía miedo por mi hijo de 14 años. No sabía si iba a aguantar”, relata “Lucía”, quien pidió no ser identificada por miedo a represalias ahora que ya está en Nicaragua.
Desde ese día decidieron esperar junto a los más de 500 migrantes, que a orillas de la carretera, aguardaban una muestra de humanidad de parte de las autoridades nicaragüenses. Pero esto nunca ocurrió. En cambio, en los once días siguientes, “Lucía” y su familia recibieron insultos, rechazos y amenazas.
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