Antes aplicaban a un Crucero y se iban nueve meses a un trabajo seguro, legal, donde tenían garantizado techo y comida. Podían enviar dinero a los suyos y ahorrar. Hoy se ven obligados a viajar ilegal, sin dinero, y sin garantía de que les irá bien o si podrán llegar.
Recibir la llamada que provenía de una de empresa de cruceros, era el sueño más esperado de un joven costeño. La llamada representaba un cercano viaje que duraría nueve meses aproximadamente y que significaba para su familia un alivio económico.
El segmento poblacional que preferían “embarcarse” en los cruceros, como popularmente se le conoce, era a la etnia creole, su lengua materna, les abría las puertas para este tipo de trabajo temporal.
Al llegar la fecha de salida, la familia, feliz despedía al afortunado, esperando con ansias las remeses que enviaría. Viajaban legales, con pasaporte, visa, carta de permiso de trabajo, boletos y un puesto laboral que, aunque era temporal, era seguro.
Este viaje era la oportunidad para conocer el mundo, pero también para ganar un salario que en Bluefields no se podía obtener y aunque el puesto más demandado era de limpieza, algunos tenían la suerte de ser meseros o supervisores. Donde había buena propina que se sumaba al salario.
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Cada mes las casas de remesas de Bluefields se abarrotaban de madres, abuelas o esposas haciendo largas filas para obtener los frutos de ese gran esfuerzo. Esa migración periódica, esperada y muy ordenada, era parte de la cultura costeña, y crecía por las escasas fuentes de trabajo, pobreza y las limitaciones educativas para los jóvenes.
Hoy, la migración de Bluefields y de todo el caribe sur, cambió totalmente. Ahora los viajes son sin retorno, irregulares y desordenados. Sin trabajo seguro y sin garantías que todo vaya bien. Se van tras el sueño americano porque ni los cruceros llegan.
Bluefields se queda sin jóvenes
Los jóvenes que se veían jugando en las canchas, esquinas y solamente platicando en el barrio, ya no se ven. Muchos de ellos se han ido, algunos ilegales a Estados Unidos, mientras que otros, a donde no les pidan visa, todo es que sea un destino donde logren un trabajo.
Algunos bluefileños emprenden su viaje solos, sin coyotes, solo se informan de las rutas, trazan un plan de sobrevivencia, alistan un poco de dinero y se aventuran. Solo se sabe de ellos cuando cruzan, de otros no se tiene noticias por años.
“En mi cuadra ya no están, los muchachos se fueron, de repente un día no los vez, y cuando preguntás, dicen que se fueron mojados a Estados Unidos, se fueron así, sin coyotes, sin ayuda, solo quieren salir de aquí”, nos cuenta una señora del barrio Beholdeen, en Bluefields.
Días de angustia
Una madre que prefirió ocultar su identidad, contó que dos de tres sus hijos se fueron “mojados” a Estados Unidos. Durante quince días vivió la mayor angustia de su vida al no tener noticias de ellos.
“Cuando mis hijos viajaron tuve mucho miedo, sin embargo, sabía que era lo mejor, porque aquí no hacen nada, no tenían trabajo, no estudiaban, solo pude prestar mil dólares, para que uno viajara, a cada punto que llegaba me escribía, pero un día no me escribió y me desesperé, yo sentía algo en mi corazón, pasaron dos días, y recibo una llamada por whatsApp, era él, me dijo que lo habían asaltado y golpeado”, contó la madre.
Igual que ella, varias mujeres de Bluefields han vivido este calvario, pero ya las madres no pueden detener a los jóvenes, ellos ven su entorno, y no encuentran salida, optan por migrar a costo incluso de sus mismas vidas.
“Ahora ya gracias a Dios mis hijos están allá, ilegal, pero trabajando, me están ayudando con lo que pueden, ojalá hagan sus vidas y puedan llevarse a su hermana menor, aunque me quede sola, prefiero que estén allá. Aquí no hay nada que hacer”, reiteró entre sollozos la mujer.