El papa Francisco dio las gracias el sábado a los húngaros por su acogida a los refugiados ucranianos y les instó a ayudar a quien lo necesite, al tiempo que abogó por una cultura de la caridad en una nación donde el primer ministro ha justificado sus férreas políticas antimigratorias con el temor a que los migrantes supongan una amenaza para la cultura cristiana de Europa.
En su segundo día en Hungría, Francisco se reunió con refugiados y pobres en la iglesia de Santa Isabel, bautizada en honor de una princesa húngara que renunció a su riqueza para dedicarse a los necesitados siguiendo los pasos del santo del que el pontífice tomó su nombre, San Francisco de Asís.
En su discurso en la iglesia de ladrillo blanco de la capital, Budapest, Francisco recordó que el Evangelio pide a los cristianos que muestren amor y compasión a todos, especialmente a quienes viven en la pobreza y el dolor “e incluso (a) los que no creen”.
“El amor que Jesús nos da y que nos manda vivir contribuye entonces a extirpar de la sociedad, de las ciudades y de los lugares donde vivimos, los males de la indiferencia y del egoísmo, y reaviva la esperanza de una humanidad nueva, más justa y fraterna, donde todos puedan sentirse en casa”, afirmó.
El gobierno nacionalista de Hungría ha aplicado políticas antimigratorias firmes y se ha negado a aceptar a muchos de los solicitantes de asilo que tratan de entrar al país por su frontera sur, lo que derivó en prolongadas disputas legales con la Unión Europea.
El primer ministro conservador, el populista Viktor Orban, ha afirmado que la migración amenaza con reemplazar la cultura cristiana de Europa. Orban, que ocupa el cargo desde 2010, ha centrado varias de sus campañas electorales en la amenaza que, según él, representan los migrantes y refugiados para la población húngara.
Aunque su gobierno ha rechazado sistemáticamente a solicitantes de asilo de Oriente Medio y África, recibió con los brazos abiertos a los casi 2,5 millones de ucranianos que cruzaron la frontera huyendo de la invasión rusa. De ellos, unos 35.000 siguen en el país y se han registrado para recibir protección temporal allí, de acuerdo con los datos de Naciones Unidas.
Una de las eligió quedarse es Olesia Misiats, una enfermera que trabajaba en un hospital para el COVID-19 en Kiev antes de escapar con su madre y sus dos hijas el 24 de febrero del año pasado, cuando comenzó la invasión. Primero fue a Holanda, pero el alto costo de vida la llevó a mudarse a Hungría, donde dijo que ha encontrado un departamento y dio a luz a su tercera hija, Mila, que estaba en la iglesia el sábado con su madre y su hermana.
“Aquí estamos seguras”, afirmó Misiats acerca de su nueva vida. Aunque espera poder regresar algún día a Kiev, por el momento ella y sus hijas se están adaptando a su nuevo país. “Quiero volver a casa. Allí está mi vida (…) Pero la guerra me cambió la vida”.
Llamaba la atención las pocas personas no blancas presentes en la iglesia durante el acto. Uno de ellos el artista y cineasta Abouzar Soltani, un refugiado iraní que pasó 553 días en una de las zonas de tránsito de Hungría con su hijo de 10 años, Armin, tras el rechazo de sus pedidos de asilo 2018.
De sus 18 meses en albergues habilitados en contenedores de mercancías, Soltani dijo más tarde que se sintió como “un pez en un acuario”. Cuando el fallo de una corte europea cerró esas zonas de tránsito, Soltani optó por quedarse en Hungría, donde sigue viviendo.
Francisco elogió también a la iglesia católica húngara por ayudar a quienes escapan de la guerra y pidió mantener la caridad hacia quienes la necesiten.
Al final del acto, una banda de músicos gitanos húngaros tocó para el pontífice. Recibieron una ovación en pie y vítores de los asistentes y un gesto con el pulgar hacia arriba del papa.
Francisco inició la jornada del sábado visitando a niños con discapacidad visual y física. Por la tarde celebrará el primer gran acto público de su visita: un encuentro con jóvenes en un estadio deportivo de la ciudad.
Tiene previsto cerrar el viaje con una misa al aire libre el domingo y un discurso en la Universidad Católica Pázmány Péter de Budapest.
Fuente: VOA
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